Con el permiso de mi buen amigo Anisakis, continúo su artículo “La izquierda compleja I” para centrarme en la economía, esa que Thomas Carlyle definió como “la ciencia lúgubre” y que, sin ánimo de ejercer de adivino, profesión para la que me considero poco dotado, podría llegar a convertirse en la cuestión determinante de la próxima legislatura en España.
El pensamiento económico de la izquierda ha evolucionado bastante desde que en 1867 Marx pronosticara el colapso del sistema capitalista. Ya a finales del siglo XIX, Bernstein consagró la necesidad de revisar las tesis marxistas. Posteriormente, la socialdemocracia hizo suyas las teorías económicas Keynesianas a partir de la publicación en 1936 de la “teoría general sobre el interés, el empleo y el dinero”, obra en la que Keynes ya afirmaba que “las ideas justas o falsas de los filósofos de la economía y de la política tienen más importancia de lo que en general se piensa. A decir verdad, ellas dirigen casi exclusivamente el mundo”.
El pacto entre socialdemócratas y demócratas cristianos tras la segunda guerra mundial permitió la creación y sostenimiento del llamado “estado de bienestar” en Europa, decantando la balanza del lado del capitalismo renano o europeo frente al anglosajón. Un capitalismo en el que el estado participa en mayor o menor grado en la actividad económica y garantiza ciertos derechos económicos a los ciudadanos. Un capitalismo que, en los últimos 15 años, ha sido abiertamente cuestionado por la doctrina económica imperante.
En todo caso, hoy el mecanismo del mercado es casi universalmente aceptado, sin perjuicio de las críticas que se le realizan desde distintos ángulos, entre las que citaré la de su insostenibilidad ecológica y la de su falta de equidad social. Ambas críticas tienen que ver con el papel del estado en la regulación y encauzamiento del mercado: para corregir estas deficiencias del mercado se necesitaría más Estado o, probablemente, mejor Estado. La teoría de los fallos del mercado justifica la intervención pública en base a la existencia de externalidades (p.ej, contaminación), situaciones de competencia imperfecta (p.ej, monopolios) y bienes públicos que no pueden ser eficientemente asignados por el sector privado (p.ej, justicia y defensa, pero también sanidad y educación en Europa).
En la otra orilla, el neoliberalismo económico, sustentado en relevantes aportaciones intelectuales que van de Von Hayek pasando por Milton Friedman y la escuela de Chicago hasta la llamada “economía del lado de la oferta” de Laffer y el monetarismo, pretende la no intervención del estado en el mercado y ha nutrido, si bien de una forma fragmentaria, el pensamiento económico de la derecha: menos impuestos y liberalización de mercados. Curiosamente, la derecha no ha sido demasiado consecuente a la hora de llevar sus conceptos económicos a la práctica y se muestra sistemáticamente partidaria del proteccionismo aduanero (véase EEUU o Francia), además de estar, normalmente, predispuesta a echar más de una mano a aquellos conglomerados industriales o sectores económicos con problemas, en vez de dejarlos caer como preconiza la teoría. Últimamente, la derecha delirante de Bush incluso se ha animado a poner en cuestión la necesidad de equilibrio presupuestario (uno de los dogmas de fe de la ortodoxia económica) llegando a afirmar el vicepresidente Cheney que “el déficit no importa”, cosa por otra parte lógica si se tiene en cuenta que no ha parado de crecer desde que llegaron al poder y que, por el contrario, un liberal americano como Clinton dejó un fuerte superávit cuando abandonó la Casa Blanca.
La economía, al margen de las concepciones ideológicas al respecto, sigue su propia evolución. A finales de los años 90 se puso de moda el concepto de “nueva economía” en la cual, simplificadamente, las nuevas tecnologías y la sociedad del conocimiento permitirían obtener incrementos de productividad sin presionar al alza la inflación, abriendo así un escenario pretendidamente idílico de crecimiento continuado: el fin de los temidos ciclos económicos.
Diez años después, parece que estamos plenamente inmersos en lo que J.K.Galbraith llamó “la era de la incertidumbre” y, si se observa la prensa económica con perspectiva, puede detectarse que los economistas son hoy, en comparación con el pasado, mucho más reacios a hacer predicciones, mientras se interrogan de forma más o menos explícita sobre cuánto tardará en llegar la próxima recesión derivada, tal vez, de las tensiones inflacionistas y/o del sobreendeudamiento de las familias. La primeras tienen que ver con la rígidez de la oferta de muchas materias primas (petróleo, minerales, alimentos, etc), combinada con un incremento de la demanda derivada de los superpoblados países emergentes mientras que el segundo se asocia con la rigidez de la oferta de vivienda y con cierta laxitud de las instituciones financieras, además de las tendencias hiperconsumistas propias de nuestras sociedades.
Para aumentar la incertidumbre, avanza imparable la deslocalización de la industria hacia aquellos países con costes de producción más bajos o con alguna ventaja competitiva singular, un fenómeno que, según los más optimistas, será compensado por la especialización de los países del primer mundo en aquellos procesos productivos de más valor añadido y que requieren mano de obra altamente especializada e innovación (economía del conocimiento, etc). El problema es que, aún asumiendo que sea así, las economías de nuestro entorno tienden a volverse más intensivas en capital que en mano de obra, por lo que será difícil evitar lo que se ha denominado en este foro “el vaciamiento de las clases medias” si no se articulan políticas públicas que compensen el fenómeno. Como dato, en la UE, el peso de los salarios en el PIB se ha reducido aproximadamente un 15% en los últimos 30 años y esta tendencia se acelera progresivamente.
Con estos mimbres, ¿hacia dónde podrían evolucionar las ideas económicas de la izquierda? Por razones de espacio, dejaremos esto para un próximo artículo. Lo que sí conviene destacar aquí es que las cosas en época de vacas flacas son siempre muy distintas que cuando los citados animales están gorditos y lustrosos y que vivimos tiempos en los que un punto menos de crecimiento o uno más de inflación pueden decidir unas elecciones, factores ambos que no deben ni por un momento hacernos olvidar el énfasis en la sostenibilidad del crecimiento y en su equidad social.
El pensamiento económico de la izquierda ha evolucionado bastante desde que en 1867 Marx pronosticara el colapso del sistema capitalista. Ya a finales del siglo XIX, Bernstein consagró la necesidad de revisar las tesis marxistas. Posteriormente, la socialdemocracia hizo suyas las teorías económicas Keynesianas a partir de la publicación en 1936 de la “teoría general sobre el interés, el empleo y el dinero”, obra en la que Keynes ya afirmaba que “las ideas justas o falsas de los filósofos de la economía y de la política tienen más importancia de lo que en general se piensa. A decir verdad, ellas dirigen casi exclusivamente el mundo”.
El pacto entre socialdemócratas y demócratas cristianos tras la segunda guerra mundial permitió la creación y sostenimiento del llamado “estado de bienestar” en Europa, decantando la balanza del lado del capitalismo renano o europeo frente al anglosajón. Un capitalismo en el que el estado participa en mayor o menor grado en la actividad económica y garantiza ciertos derechos económicos a los ciudadanos. Un capitalismo que, en los últimos 15 años, ha sido abiertamente cuestionado por la doctrina económica imperante.
En todo caso, hoy el mecanismo del mercado es casi universalmente aceptado, sin perjuicio de las críticas que se le realizan desde distintos ángulos, entre las que citaré la de su insostenibilidad ecológica y la de su falta de equidad social. Ambas críticas tienen que ver con el papel del estado en la regulación y encauzamiento del mercado: para corregir estas deficiencias del mercado se necesitaría más Estado o, probablemente, mejor Estado. La teoría de los fallos del mercado justifica la intervención pública en base a la existencia de externalidades (p.ej, contaminación), situaciones de competencia imperfecta (p.ej, monopolios) y bienes públicos que no pueden ser eficientemente asignados por el sector privado (p.ej, justicia y defensa, pero también sanidad y educación en Europa).
En la otra orilla, el neoliberalismo económico, sustentado en relevantes aportaciones intelectuales que van de Von Hayek pasando por Milton Friedman y la escuela de Chicago hasta la llamada “economía del lado de la oferta” de Laffer y el monetarismo, pretende la no intervención del estado en el mercado y ha nutrido, si bien de una forma fragmentaria, el pensamiento económico de la derecha: menos impuestos y liberalización de mercados. Curiosamente, la derecha no ha sido demasiado consecuente a la hora de llevar sus conceptos económicos a la práctica y se muestra sistemáticamente partidaria del proteccionismo aduanero (véase EEUU o Francia), además de estar, normalmente, predispuesta a echar más de una mano a aquellos conglomerados industriales o sectores económicos con problemas, en vez de dejarlos caer como preconiza la teoría. Últimamente, la derecha delirante de Bush incluso se ha animado a poner en cuestión la necesidad de equilibrio presupuestario (uno de los dogmas de fe de la ortodoxia económica) llegando a afirmar el vicepresidente Cheney que “el déficit no importa”, cosa por otra parte lógica si se tiene en cuenta que no ha parado de crecer desde que llegaron al poder y que, por el contrario, un liberal americano como Clinton dejó un fuerte superávit cuando abandonó la Casa Blanca.
La economía, al margen de las concepciones ideológicas al respecto, sigue su propia evolución. A finales de los años 90 se puso de moda el concepto de “nueva economía” en la cual, simplificadamente, las nuevas tecnologías y la sociedad del conocimiento permitirían obtener incrementos de productividad sin presionar al alza la inflación, abriendo así un escenario pretendidamente idílico de crecimiento continuado: el fin de los temidos ciclos económicos.
Diez años después, parece que estamos plenamente inmersos en lo que J.K.Galbraith llamó “la era de la incertidumbre” y, si se observa la prensa económica con perspectiva, puede detectarse que los economistas son hoy, en comparación con el pasado, mucho más reacios a hacer predicciones, mientras se interrogan de forma más o menos explícita sobre cuánto tardará en llegar la próxima recesión derivada, tal vez, de las tensiones inflacionistas y/o del sobreendeudamiento de las familias. La primeras tienen que ver con la rígidez de la oferta de muchas materias primas (petróleo, minerales, alimentos, etc), combinada con un incremento de la demanda derivada de los superpoblados países emergentes mientras que el segundo se asocia con la rigidez de la oferta de vivienda y con cierta laxitud de las instituciones financieras, además de las tendencias hiperconsumistas propias de nuestras sociedades.
Para aumentar la incertidumbre, avanza imparable la deslocalización de la industria hacia aquellos países con costes de producción más bajos o con alguna ventaja competitiva singular, un fenómeno que, según los más optimistas, será compensado por la especialización de los países del primer mundo en aquellos procesos productivos de más valor añadido y que requieren mano de obra altamente especializada e innovación (economía del conocimiento, etc). El problema es que, aún asumiendo que sea así, las economías de nuestro entorno tienden a volverse más intensivas en capital que en mano de obra, por lo que será difícil evitar lo que se ha denominado en este foro “el vaciamiento de las clases medias” si no se articulan políticas públicas que compensen el fenómeno. Como dato, en la UE, el peso de los salarios en el PIB se ha reducido aproximadamente un 15% en los últimos 30 años y esta tendencia se acelera progresivamente.
Con estos mimbres, ¿hacia dónde podrían evolucionar las ideas económicas de la izquierda? Por razones de espacio, dejaremos esto para un próximo artículo. Lo que sí conviene destacar aquí es que las cosas en época de vacas flacas son siempre muy distintas que cuando los citados animales están gorditos y lustrosos y que vivimos tiempos en los que un punto menos de crecimiento o uno más de inflación pueden decidir unas elecciones, factores ambos que no deben ni por un momento hacernos olvidar el énfasis en la sostenibilidad del crecimiento y en su equidad social.
Pablo Arangüena
16 comentarios:
Pablo: Después de leer tu artículo estoy impaciente por leer la continuación, a ver si entiendo lo que quieres decir.
Estimado Pablo, como bien dices, el problema de eso que llamas economía del conocimiento necesita solo de un reducido grupo de trabajadores altamente formados que formarán el anillo interior de las empresas; el resto de la fuerza de trabajo, muy al contrario, los que forman la periferia, serán trabajadores con escasa o casi nula formación profesional. La dualización del mercado de trabajo se fundamenta, en parte, en el sistema monopolístico generado por la propiedad intelectual. Creo que por ahora se desprecia este factor revolucionario pasando desapercibido a todos los estudiosos que no se encuadran dentro de los ámbitos puros del Derecho. El socialismo tendría que entrar a saco y abrir la Caja de Pandora: las relaciones de producción son nuevas y el capitalismo simonita marcará las pautas de la sociedad del siglo XXI.
Saludos,
Carlos Raya
Florentino: mi artículo, como verás, es necesariamente teórico porque sin establecer un marco conceptual previo, el siguiente me quedaría un poco huérfano. Además, entiendo que los conceptos económicos son un poco coñazos, qué le vamos a hacer.
Carlos: muy interesante el concepto de capitalismo simonita. A ver si lo podemos debatir un poco más para profundizar. En todo caso, simonías aparte, lo que creo que es claro es que los trabajos industriales tenderán a desaparecer (por la deslocalización) a un ritmo superior al de su reemplazamiento por trabajos altamente cualificados tipo economía del conocimiento, salvo que el estado intervenga.
Hasta luego
Esa tendencia que destaca Pablo Arangüena de destrucción de puestos de trabajo por la deslocalización de industrias me parece clarísima, digan lo que digan los neoconservadores y sus colegas del PP español.
El problema es cómo frenarlo y me gustaría escuchar propuestas al respecto.
Por lo demás,Pablo, me ha parecido muy buena y concentrada tu exposición teórica, que espero que continúes con algo más práctico. Lo digo sin ironía, que conste.
Carlos: en cuanto al capitalismo simoníaco, no he entendido el concepto, a ver si puedes aclarármelo.
Gandalf al poder
Dejas al un lado el capitalismo simonita (que otros llaman capitalismo inmaterial, intelectual, del conocimiento, informacional, cognitivo, etc. Apelativos que yo desecho por llevar a confusión: no hay nada tan ajeno al conocimiento como la compra venta de ideas.) y es aquí, según mis teorías, donde se encuentra la clave, o al menos una de las claves del asunto. Fíjate que en el capitalismo industrial cualquiera puede competir aplicando las mismas ideas, luego la mayor competitividad se alcanza en la formación y actitud de trabajador que aporta mayor valor diferencial al producto o servicio. En el capitalismo simonita la fuerza de trabajo se relega a segundo plano, pues el diferencial competitivo se obtiene a través del monopolio sobre la expresión de una idea privatizada. Servicio de asesoramiento preventa, calidad en la ejecución de la venta, rapidez de entrega del producto físico, calidad de los manuales, calidad del servicio de instalación, formación en uso y aplicaciones, servicio postventa y reparación, tiempo de respuesta, garantías generales o incluso calidad final del producto no son tan necesarios pues la competencia ha sido eliminada por la propiedad intelectual. Imagina todos esos productos que se venden en exclusiva vendidos en competencia: la larga enumeración no es retórica, sino ejemplo de la cantidad de empleos, de mano de obra formada y “competente” necesarios para situarse en el mercado libre. Estoy seguro de que ahora, tras esta escueta y torpe explicación, ya te has hecho cargo del planteamiento.
En un artículo que he remitido al grupo, y que no se ha publicado aún, explico algunas cosas más sobre estos asuntos. Si buscamos un socialismo para el siglo XXI, por aquí tenemos que comenzar: nunca, desde los tiempos de Marx, tuvo el socialismo tanto que decir.
Para abundar, te expongo resumida una idea que he desarrollado sobre los estadios de la apropiación privada y que aparecerá publicado en mi siguiente ensayo titulado “Segundo ensayo contra la propiedad intelectual. La alternativa de mercado”:
Primer estadio: Apropiación de los excedentes de producción: en sí, constitución de lo que todos conocemos como propiedad privada y protestada en su día por Rousseau.
Segundo estadio: apropiación de los bienes de producción material: a través de la cual se transmutan las relaciones de producción tradicionales y se sustituyen por las relaciones de producción capitalista que sitúan a la fuerza productiva subyugada bajo la voluntad del propietario de esos bienes imprescindibles para competir. Fue contestada por Marx y los socialistas y sus ideas son fundamento del progresismo del siglo XIX y XX.
Tercer estadio: apropiación privada de las ideas: a través de la cual se elimina la competencia transmutando las relaciones de producción capitalista en las relaciones de producción simonita que comentamos y que dejan a la fuerza de trabajo en total indefensión. (Esto, si es necesario, lo puedo explanar en profundidad)
Contra esta tercera y última maniobra de expropiación del bien común (ya no queda nada más que robar) el socialismo debe evolucionar y renovar sus planteamientos. Lo tenemos delante de las narices. ¿Queremos ideas para el socialismo del siglo XXI? Aquí están: el conocimiento es patrimonio de la humanidad y el hombre es libre de aprender tanto como que sea su voluntad con la sola limitación de sus capacidades, y tiene derecho a ganarse el sustento con todo el saber que sea capaz de desarrollar (protección de los intelectuales) como aprender de los demás (libertad de competir que llega de la natural libertad de aprender por cualquier camino).
Por ahora nada más. Disculpa por el extenso mensaje, pero como me has dicho que querías profundizar…
Saludos,
Carlos Raya de Blas
Estimado Gandalf, intento hacerte un resumen de las características básicas diferenciales del simonismo:
La simonía consiste en la compra venta de cuestiones espirituales, por extensión nombro así al sistema que como evolución del capitalismo dispone de las ideas -que son la substantia del espíritu o intelecto- como objeto del mercado. Consiste en aplicar las normas que rigen la propiedad privada sobre las cosas físicas a los conocimientos humanos independientemente de que los atributos de ambas categorías sean diferentes. Es más, la ventaja de aplicar aquellas disposiciones a las ideas es que tras el proceso de cosificación los conocimientos se comportan en los mercados (permíteme la licencia metafísica) con lo mejor de cada categoría, me explico: en cuanto a derechos de acceso y aplicación presentan en la práctica (y digo en la práctica y de aquí la solicitud de licencia metafísica) los atributos de las cosas físicas, pero conservan los propios como entidades inmateriales, de aquí que se vendan y no se pierda la propiedad, que se compren pero no se adquiera la propiedad sobre nada y que no se puedan revender, que se usen y no se consuman, etc. Todo lo cual nos lleva a que cuando hablamos de expresiones físicas de una débil materialización, como puede ser un software, no necesitamos reponer stock por muchas que sean las ventas igualándose la oferta a la demanda de forma automática. (Esto último para un economista supongo que tendrá intríngulis.)
Básicamente, el simonismo es un sistema monopolístico que otorga el derecho exclusivo de expresión y comercialización física de una idea, legitimándose tal sistema sobre los restos éticos que dan sostén al mercado capitalista, por un lado, y sobre la propiedad intelectual en presunta defensa de los intelectuales, por otro.
Como he explicado en el anterior mensaje, tal sistema, que solo busca eliminar la competencia, conforma el tercer estadio de la expropiación universal de los pueblos: un proceso privatizador que termina, una vez privatizados los excedentes de producción en un primer estadio y la subestructura productiva en un segundo movimiento, finaliza con la apropiación de la superestructura de la sociedad, es decir, los pensamientos pasan a constituirse como bienes objeto de propiedad exclusiva y excluyente. Esta apropiación es necesaria para instaurar el simonismo, pues no se puede comerciar con lo que no es previamente propiedad privada.
Desde un punto de vista de la economía política las características del simonismo son las siguientes.
1º.- De igual forma que en el capitalismo industrial la obra generada por la fuerza de trabajo, ahora un conocimiento, es propiedad directa del empleador (con la sola excepción de que exista contrato previo que especifique lo contrario, como bien puede ocurrir en el capitalismo industrial).
2º.- El empleado puede ser despedido una vez desarrolla el conocimiento objeto de la patente. Ninguna cobertura la presta la propiedad intelectual, pues el dueño del conocimiento no es él, sino el simonita. (¿Imaginamos posible que un simonita ceda un porcentaje de sus beneficios monopolísticos a los empleados que han desarrollado la idea y que lo haga durante setenta años? ¿Setenta años sin trabajar y cobrando? Nos parece increíble, sí, desde luego, pero se lo concedemos al empleador sin extrañarnos aceptando la propiedad intelectual.
3º.- La patente otorga al empleador simonita 70 años de derechos de explotación en exclusiva. (EE.UU)
4º.- Siendo en exclusiva la venta de la expresión del conocimiento patentado, las necesidades de valor añadido generados por el saber hacer de los empleadores se aminora, ya que el efecto de la competencia se aminora (caso de bienes alternativos como los coches) o desaparece por completo (caso de los bienes insustituibles, como el caso de la vacuna contra la malaria).
Los efectos sobre el mercado de trabajo son evidentes: al no ser necesario el despliegue cotidiano de unos cada vez mejores servicios para igualar y mejorar los esfuerzos de la competencia, la necesidad de fuerza de trabajo se reduce y la calidad de la misma es indiferente, pues las tareas se simplifican como manejo y control de los bienes de producción del objeto físico expresión de la idea, no siendo necesario valor añadido adicional alguno para alcanzar los enormes beneficios que hoy por hoy son una realidad incontestable. Ese valor añadido es el que debe ser necesario, así el hombre, en un entorno de competencia lucha en igualdad de condiciones con su mejor saber hacer, saber hacer que constituye la esencia de la fuerza de trabajo que vende en el mercado, único camino que le queda para ganarse el pan.
Si el hombre no puede ganarse la vida con todo aquello que sea capaz de desarrollar o de aprender, ese hombre es un esclavo y no un hombre libre. Es aquí donde el socialismo debe contraatacar. Pero esto último salta a otros ámbitos éticos y morales que exceden los ámbitos de la Política Económica y que es mejor dejara para otro momento.
Por ahora nada más, espero tus comentarios, amigo Gandalf.
Y un inciso, enviaré un segundo artículo para abrir un hilo, pues creo que me estoy "monopolizando" el hilo de Pablo y no es de recibo, por más que todo esto tenga mucho que ver con el tema.
Te ruego que disculpes el abuso, estimado Pablo.
Carlos Raya
Joder con vosotros, vaya nivel, está claro que este es un foro algo elitista, hay que chapar para seguiros, lo cual no está mal, para decir gilipolleces ya hay demasiados foros. Pablo, estupendo artículo, y al sodomita, perdón, simonita le reconozco que tiene nivel, seguir así chicos. por mi parte coincidir en que estamos ya en el capitalismo de lo inmaterial y por supuesto que habrá que legislar mucho al respecto para lograr que el verdadero creador vea pagado su esfuerzo, porque en esta forma de capitalismo, el trabajador que crea no es sustituible por lo que las relaciones laborales van a cambiar mucho ... ¿estaremos entrando en una era de trabajadores autónomos?, cualquiera sabe, lo cierto es que se incrementarán los pleitos con lo que los abogados seguirán siendo los que ganen.
Estimado Carlos:
creo que el quid de la cuestión está en cuál es el valor que tiene la propiedad intelectual en el conjunto del PIB de un país medio (valor relativo, me refiero). Tus tesis sobre el capitalismo simonita serían relevantes en la medida en que el valor de la propiedad intelectual en el conjunto del PIB lo fuera.
No sé si me explico, pero tendremos tiempo de debatirlo porque veo que te motiva el tema.
Otro factor relevante será la forma en que aparezca regulada la propiedad intelectual, que varía según los países pero que tiende a posibilitar la evolución y mejora de las obras (en el caso español, art. 21 de la Ley de Propiedad Intelectual, "transformación").
De todas formas, me reservo mi opinión sobre el canon digital porque estamos en período electoral y no quiero que nadie me acuse de mal militante.
Arangüena: como siempre, en vez de poner el hombro para ganar las elecciones, os dedicáis a sembrar dudas sobre el buen funcionamiento de la economía española, que bajo este gobierno ha permitido crear más empleo que en cualquier etapa anterior, además de ser el país que más crece de toda Europa. ¿De verdad crees que un ligero aumento en la inflación, que se debe a factores internacionales, puede hacernos perder las elecciones?
Estimado Anónimo:
Tus opiniones me parecen absolutamente pueriles. Para que lo entiendas, infantiles. Por decirlo suave y educadamente.
El castellano es un lenguaje bastante preciso y en mi artículo digo lo que digo y no lo que ti te gustaría que hubiera dicho para poder decirme lo que me quieres decir.
Por otro lado, se dice arrimar el hombro y no “ponerlo” y la verdad es que, como militante, no puedo contribuir prácticamente en nada al resultado electoral porque la gente decide su voto mediante un proceso de reflexión más o menos profundo y acertado, pero que no se modifica en absoluto porque tú le des un panfleto o un caramelo, cosas ambas, por cierto, que he hecho cuando me ha tocado.
Lo que sí puedo hacer es intentar generar ideas, debate y reflexión, que es lo que pretendemos la mayoría de los participantes en este foro y que tiene mucha más importancia de la que tú parece que puedes llegar a comprender.
Te lo digo sin acritud, como decía el añorado Alfonso Guerra.
Feliz año.
Estimado anónimo:
No sé si eres el mismo anónimo que de vez en cuando pulula por el blog, pero por tu argumentario así me lo parece. Lamento que no compartas la obviedad de que el mejor servicio que se puede hacer a una causa se dispensa siempre desde la inteligencia y desde la crítica constructiva, qué le vamos a hacer. Yo mismo creo por ejemplo que el Presidente Touriño era un candidato flojo pero está siendo un gran presidente, sin embargo no puedo menos que criticar el que se ausentase de la votación parlamentaria que decidió enviar a la Fiscalía el dictamen parlamentario sobre la "ciudad de la cultura". Según la prensa, la excusa empleada era que los socialistas jamás iban a judicializar la vida política, algo en lo que coincido por otra parte, pero que en modo ninguno parece aplicable al caso. Judicializar la vida política consiste en llevar al Juzgado chorradas reveladoras generalmente de impotencia parlamentaria, es decir, pierdo una votación y me voy al Juzgado a ver si consigo allí algo. Por el contrario, llevar a la fiscalía cualquier indicio de delito es el deber de todo ciudadano, cuanto más de un político; después el Fiscal decidirá como técnico si hay o no indicios delictivos y serán en este caso los jueces quienes resuelvan. Lo que parece olvidar el señor Touriño es que nada más lejos de los principios socialistas que tapar presuntos delitos, y esa es la imagen que se desprende de la conducta de nuestro presidente al oponerse a cumplir con lo que no es otra cosa que su obligación. La imagen que se desprende de tal actitud es que los socialistas prefieren tapar al PP en este caso por si mañana les hace falta que les tapen a ellos, y por ahí ha hecho bien el grupo parlamentario socialista en no pasar. Si nos tenemos que tragar el sapo de la maldita ciudad, pues bien, ya lo gestionaremos como podamos, pero que los ciudadanos sepan que el que la hace la paga y que jueces y fiscales investiguen las presuntas corruptelas. Ciertas actitudes presidenciales reflejan un preocupante distanciamiento respecto de las inquietudes de los ciudadanos y eso siempre se acaba pagando, de ahí que foros críticos como este no vengan del todo mal. ¿Nos entendemos anónimo?
Sinceramente, leyendo los anteriores comentarios tengo la impresión de que nos estamos yendo por los cerros de Úbeda.
Respecto a las cuestiones económicas que se plantean, a parte teorizaciones (algunas más o menos exóticas), creo que lo importante es consolidar la línea mantenida estos años por el gobierno. La mejora de nuestra eficiencia es nuestro reto fundamental(Pedro Solbes). Dentro de esa mejora está el aunmentar nuestra eficiencia medioambiental: consumir menos/producir más.
Enfrentarse a los procesos globalizadores es un reto de todas las sociedades; de la española, y, dentro de ésta, de la gallega. En ésta última me fijo ahora: ¿estamos sentando las bases de un desarrollo sostenible a medio y largo plazo? ¿estamos utilizando correctamente, en esa línea, los fondos europeos (que se terminan en el 2013)?
Termino,señores, el tiempo de las revoluciones basadas en las grandes teorías ha pasado. Hoy día las soluciones no son fáciles ni evidentes en ningún campo. El matiz, el equilibrio, la composición con intereses contrapuestos o contradictorios forma de la realidad. Y, desde luego, de la política activa. Una política, quizá, más atenta a las pequeñas realidades que a las grandilocuentes construcciones.
Coincido con Observador en el anacronismo que supone que el presidente Touriño se ausente de esa votación para no "judicializar" la política.
¿No tienen asesores jurídicos en la Xunta que les expliquen que su obligación es dar parte a la fiscalía de cualquier hecho que revista apariencia delictiva?
¿Nadie les ha explicado que la fiscalía es un órgano independiente?
Francamente, señores, a mí que baje Dios y me lo explique porque no lo entiendo. Y mira que le he dado vueltas....
Cambiando de tercio o, más bien, siguiendo con el tercio de la corrupción, descartando que sea una inocentada, parece que ha fallecido Xosé Cuíña Crespo, al que desde el ayuntamiento se le endilgan flores como las siguientes:
- "representante de la derecha democrática"
- "uno de los políticos de la derecha más comprometidos con Galicia"
- "político de raza"
Y me callo otras flores aún más elogiosas que se le envían desde MI ayuntamiento.
Como no es cosa de perturbar el luto de la familia del difunto, me limito a manifestar que supongo que no hablan del mismo Cuíña,cuya muerte, en todo caso, no puedo sino lamentar.
Saludos desde mis viñedos de la ribera del Rhin, un lugar estupendo para celebrar el año nuevo
Me parece que en este ayuntamiento se han mantenido siempre excelentes relaciones con el Sr. Cuíña desde Paco Vázquez, lógico, si se piensa.
Lo siento por él; por cierto, era muy joven, me sorprendió la noticia, pero me parece un ejemplo de lo que no debe hacerse en política, empezando por el imparable crecimiento que tuvieron sus empresas en paralelo con su actividad como conselleiro.
Eso sí, Lalín lo dejó estupendo.
jolin, decir que touriño es un gran presidente, solo se puede decir por las reformas del despacho y por el coche obrero. salud y republica
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