PATRIOTISMO CONSTITUCIONAL

Para empezar, una confesión: hace tiempo que el fútbol, ese pésimo circo contemporáneo, dejó de formar parte de mis pasatiempos. Más o menos cuando Arsenio, esa emanación de galleguidad positiva, se fue para su casa. Desde entonces, súbitamente, para mí el fútbol se convirtió en una mezcla poco digestiva de mercenarios semianalfabetos, directivos que bordean siempre el código penal, aficionados barrigones al borde del coma etílico con tendencia al despelote y "periodistas" deportivos que oscilan entre el más rancio localismo ( casi siempre madridista ) y la exaltación patriótica moderada por esa tendencia fatal a caer en cuartos de final que, sorpresas de la vida, acaba de superarse. Al menos por el momento.

Hecha esta aclaración, me lo he pasado bastante bien viendo jugar a la selección en la Eurocopa y, especialmente, me ha resultado divertido ver a Aragonés con el chándal antediluviano de la selección, el tarjetón de seguridad colgando del cuello, los patillones tipo Fernando VII y esas gafas de abuelete en contraste con la sofisticación de los entrenadores italiano o alemán. Un tipo que se atreve siempre a decir lo que se le pasa por la cabeza. ( “no me cabe el pelo de una gamba por el .....”) o a prejubilar a Raúl, oscuro y megapijo objeto de deseo posiblemente homoerótico de la prensa deportiva madrileña, o sea, patria. Un tipo cabezón, hosco, cascarrabias, devoto del casino y con esa gran nariz roja de la que se le ha visto sacarse y manipular con fruición y contumacia pelotillas de la nariz en plena rueda de prensa. Un supersticioso que acepta el amarillo del uniforme b de la selección porque dice que es mostaza, no el amarillo “que a él le preocupa”. Un osado que se la juega una y otra vez haciendo el tercer cambio a veinticinco minutos del final a sabiendas de que si un jugador se lesiona lo van a crucificar los mismos que ahora le elevan a los altares sin que se les cambie la expresión. Un genuino outsider hispánico.

Eso sí, ahora que parece haber remitido parcialmente la apoteosis post-victoria; somos los mejores, los mejores-mejores, realmente los mejores, España es una potencia deportiva sin parangón, lo que no tenemos de altos y rubios lo tenemos de talentosos balompédicos, el mundo va a mirarnos de manera diferente a partir de ahora, el periodismo deportivo es el verdadero periodismo porque es el periodismo que habla de lo buenos que somos, yo ya lo había pronosticado hace tiempo, nos van a vender el petróleo a mitad de precio por lo buenos que somos, etc, tengo que decir que lo malo, para mi gusto, es todo el tinglado tan nuestro que se ha formado, con los jugadores explayándose alegremente bajo los efectos de alguna sustancia estupefaciente, con las muchedumbres de la plaza de Colón ( últimamente convertida en plaza central del Imperio) enarbolando banderas con el pájaro preconstitucional, con Manolo Escobar y José Mercé desarrollando su “arte jondo” ( o lo que sea que ellos hacen ) y con las lecturas metafísico- políticas de la simpar victoria, tipo si somos capaces de ganar la eurocopa seremos capaces de superar la crisis económica o esta es la España que nos gusta a todos, las diversas nacionalidades plurales de España corriendo unidas por una pradera detrás de un balón.

Personalmente, me declaro simultáneamente apátrida, europeo, gallego y español, por este o parecido orden. Pero mi españolidad ( que asumo con naturalidad sin necesidad de declararme orgulloso ) está basada en el viento del noreste, la lluvia y la bruma atlánticas, el cerdo como animal totémico de mil sabores, el pórtico de la Gloria y el fogar de Breogán. También en Alvaro Cunqueiro, Gregorio Marañón, Baroja, Juan Benet, Urbano Lugrís, Josep Pla, Ortega y Gasset o Julio Médem, por citar algunos ejemplos totalmente aleatorios. Pero si España es eso otro, lo de la Plaza de Colón y el orgullo patrio de los “medios” nacionales, yo me bajo, me autoidentifico y me declaro ciudadano del mundo. O sea, gallego.

Pablo Arangüena