HORA DE ILUSIONAR

Vivimos un momento álgido en nuestras aspiraciones de transformar la sociedad: por primera vez gobernamos en la administración local coruñesa, en la administración autonómica gallega y en la administración estatal, lo cual supone una alta responsabilidad y debería implicar un incremento notable de nuestro nivel de autoexigencia; no podemos defraudar, y para ello debemos ser conscientes de la necesidad de renovarnos continuamente conectando con las demandas de un cuerpo electoral también en permanente cambio.
Tenemos que ser capaces de ilusionar a esa parte del cuerpo electoral que, elección tras elección, integra las filas de la abstención y que solo se moviliza eventualmente para votar izquierda. Tenemos que implicar a la sociedad en nuestra acción política y salvar esa distancia que mantenemos con un número importante de nuestros potenciales votantes, muchos de los cuales nos ven como un mal menor al que solo hay que apoyar cuando las cosas se pongan muy negras. Tenemos que acercar el partido a los ciudadanos, hacerles comprender que actualmente en España somos el mejor instrumento de transformación social y para hacerlo no hay otro camino que ahondar en la senda del debate, de la reflexión colectiva y de la unidad de acción; tenemos la obligación de escuchar a la sociedad con humildad y sin prejuicios y de reflexionar sobre ello sin complejos ni ataduras, pero a la vez tenemos igualmente la obligación de actuar unidos y sin fisuras como corresponde a todo gran partido. El reto de las próximas generales está ahí; las encuestas están, como todos sabemos, ajustadas y gran parte de lo hecho hasta ahora puede peligrar si cambia el color político del gobierno en lo que sería un injusto premio a una legislatura que se ha caracterizado por ser la de la gestión social, unida a un crecimiento económico sin par en nuestra reciente historia.

No podemos olvidar que parte de la izquierda es muy propensa a expresar su crítica quedándose en casa cuando hay que votar, renunciando al empleo del instrumento del voto, verdadera fuerza que iguala socialmente y que permite que la ciudadanía dirija su futuro; cuando eso sucede, y solo cuando eso sucede, es cuando gana la derecha. Cierta desgana en ese voto progresista pudo ser comprensible en las elecciones de 1996, cierta desorientación pudo ser igualmente entendible en la cita electoral de 2000, pero el recurso a la abstención en las próximas de 2008, después de una legislatura fértil como pocas en lo social no es en modo alguno admisible desde una óptica de progreso; por ello es necesario que todos nos volquemos, que cada progresista se convierta en un agente electoral que sepa explicar que cada voto que se quede en casa afectará a nuestras pensiones, a nuestro derecho a la vivienda, a una sanidad y a una educación de calidad, a la atención de nuestros mayores … hay tantas razones como votantes seamos capaces de escuchar.

No es cierto que todos los políticos sean iguales. Frente a una derecha apegada al sillón cuando fracasa, la izquierda fue capaz en 2000 de responder a su propio fracaso electoral con una renovación de caras que permitió recuperar el gobierno cuatro años después; es, en buena medida, esa capacidad la que hace que los ciudadanos estén dispuestos a premiar a las fuerzas progresistas con su voto, pero para ello tenemos que ser capaces de vender éxito, éxito que estará garantizado si somos capaces de ilusionar y movilizar, y para ello nos tienen que percibir fuertes y lúcidos, algo que solo se consigue con la cohesión subsiguiente al debate y con la renovación allí donde se falle. Siempre hemos actuado así los socialistas y por ello hemos podido gobernar España durante las dos terceras partes de nuestra reciente aventura democrática; que ello siga siendo así depende de todos ya que, como siempre, nuestro éxito electoral sigue siendo clave para el progreso de una mayoría de españoles.