Galeotes a perpetuidad

Cuenta Pérez Reverte en su novela “Corsarios de Levante” que los forzados en galeras remaban encadenados a sus bancos y que, en caso de naufragio, nadie se molestaba en soltarlos y se iban a pique con el maldito barco. Claro, las cadenas no eran voluntarias, eran impuestas, iban con la pena. No me imagino a un galeote reclamando su derecho a viajar encadenado. Menos, a otro reclamando mover él sólo dos, tres o cuatro remos a la par. No sería un forzado, sería un forzudo y además un fantasma con tintes autodestructivos. Además, de sentido común, y sabiendo que su suerte era la suerte de la galera, poco era necesario para ponerlos de acuerdo en que remar fuerte, cuantos más mejor y todos a una era la táctica más inteligente para no morir ahogados.


No sé muy bien por qué, pero recurrentemente se me vienen a la cabeza aquellos pobres galeotes cuando contemplo a nuestras amables minorías dirigentes encadenadas a sus bancadas, con alegría de niños traviesos, dándose codazos por hacerse con un remo más, pasando olímpicamente del estado de la mar, la suerte de la nave o los movimientos enemigos en el campo de batalla. Vamos, si no fuera porque en traineras lo importante es la coordinación entre los tripulantes y la suma de fuerzas totales, menudo equipo que hacían. Se la dábamos a los vascos y asturianos con queso. Ni con motor fueraborda.


Sí, lo cierto es que las cosas están como están porque un partido es como una trainera -quiero olvidar las galeras y los bocadillos electorales- en que lo importante es bogar con ilusión, cada uno a un palo, remando con los demás, nunca sólo, con un timonel que sólo es timonel, con un entrenador que no va en la lancha, un presidente de club que tampoco y otras muchas personas especializadas en determinadas áreas que con aunado esfuerzo buscan la victoria. Si alguno dijera que puede llevar dos remos mejor que dos personas el descojone sería general y lo dejarían en tierra por zumbado. De sentido común. Vale. Pues no.


En esta mar que siempre anda cabreada, como ofendida, la trainera socialista no aloja catorce deportistas, que va, tres o cuatro: son los mejores, los que más experiencia tienen; héroes solitarios y muy queridos de sí mismos que hacen girar el barco sobre sí mismo, ora a babor, ora estribor, mientras el resto del equipo se queda en los malecones con las manos en los bolsillos, como pipiolos, enfurruñados, cansados de perder el tiempo y observando a los contrincantes con sus barcos atestados, con disciplina, en exacta deriva, hacia la meta y partiéndose de risa entre las salpicaduras de las encuestas preelectorales.


Así no ganamos. Así no vamos a ninguna parte. Las posibilidades se reducen con el tiempo, pues el tiempo no se para y todo apunta a un naufragio. Y el caso es que nadie niega la valía de los campeones, jamás, pues sean como sean son los nuestros y son buenos de verdad .Poco importa y no por su importancia intrínseca -las actitudes de los galeotes en paro son los votos de castigo- sino por la irresponsable actitud de considerar que todo aquel que quiere cambios los quiere de personas y no de ideas. Craso error reiterado hasta la saciedad.


La pena es que la realidad va por libre, no atiende a empeños quijotescos y honestas luchas contra los molinos de la costumbre y el miedo al cambio. El barco se escora y si llega a zozobrar con él se irán a pique los galeotes que en su soberbia se clavaron a sí mismos a los remos. Por todos los dioses, ¿tan difícil es comprender que ahora es el momento de aunar esfuerzos, de ceder palos y contar con todas las fuerzas disponibles, incorporando a la boga a todas las personas que ahora no hacen nada y podrían hacer mucho? ¡Qué enorme desperdicio! ¡Qué enorme desperdicio! ¡Qué enorme desperdicio!


Carlos Raya