CELULITIS

La democracia española tiene apenas 32 años. No se trata de hacer un balance, tampoco de alertar de los “peligros” que la acechan. No. Se trata de tomarle el pulso, describir algunos de sus constantes vitales y, sobre todo, analizar, en la cortedad de unas pocas líneas, el sistema político en lo referente a uno de sus pilares: la salud de los partidos políticos, y mostrar en qué medida lo que sobre ellos dice el artículo 6 de la CE: “Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la Ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”, sigue estando vigente.

Superadas las más de tres décadas de la instauración de la democracia en nuestro país, los partidos políticos españoles no pasan por su mejor momento. No se trata tan sólo del progresivo descrédito de la política y/o los políticos, de la creciente desafección ciudadana hacia lo público o del desprestigio de ciertas instituciones “intocables” como el Tribunal Constitucional o el Senado, o por aludir a un “medidor” como el aumento de la abstención electoral, que más allá de algunos repuntes coyunturales en sentido contrario, repuntes de participación debidos, en gran medida, a la “crispación” inducida en la competencia partidaria. Se trata, más bien, de detectar ciertas cristalizaciones o estructuras grumosas que están impidiendo que por las arterias de la superestructura política llegue el caudal suficiente de sangre que evite que el sistema democrático se convierta en una simple cáscara vacía.

Y en este escenario, la estructura interna de los partidos políticos se está convirtiendo en un organismo huero donde la libre circulación de ideas y de personas se ve cada vez más obstaculizada por la progresiva aparición de trombos de complicada cirugía y de más difícil extirpación.

Día a día los partidos políticos se alejan, y en esto este mal común apenas hace distinciones entre unos y otros, entre derecha e izquierda, de ese ideal de ser los instrumentos fundamentales para la participación política, pues el militar en ellos, se fundamenta casi exclusivamente en una mera cuestión de fe, que una vez otorgada y pagadas las correspondientes cuotas, se limita a la participación esporádica en algunos mítines y en acudir cuando toque al Colegio Electoral más cercano de nuestra casa.

Y, aunque la historia de cada uno de ellos sea distinta, en el caso del PP la consecución de un reagrupamiento, (reagrupamiento que ha ocupado todo el campo conservador) a partir de de los restos vergonzantes del franquismo sociológico, lo que explica en parte la soberbia y el radicalismo de los que nunca han asimilado del todo las reglas del juego democrático, y en el caso de los partidos nacionalistas, de una vocación de movimiento social continuo e insaciable por alcanzar mayores cuotas de poder en sus “territorios”, lo cual ha originado un escenario donde se da una puesta en escena entre buenos y malos ciudadanos, a partir de una imaginaria raya que divide a éstos en dos incomunicadas orillas, en función de la asunción o no de un esencialismo ideológico como coartada del trágala de un relato único que explique de una vez por todas lo que fuimos, somos y seremos.

En el campo de la izquierda, en su reciente historia, con un punto de partida en el que hubo que acometer una reorganización acelerada durante los últimos años del franquismo, con una escasez de cuadros y rodaje y con una llegada al poder demasiado temprana, hecho que originó un aggiornamiento demasiado rápido de los postulados socialdemócratas, postulados que, por otra parte, en gran medida tuvieron que ser arrumbados o aplazados a causa de la inmensidad de la tarea de “modernizar” España e integrarla en la comunidad europea, se ha llegado a una especie de fatiga en la continuidad del mensaje, en esa imprescindible continuidad de la tarea reformista de ir edificando un sistema democrático fluido, basado en un cierto nivel de equilibrio social, y cuya base firme se sostuviese en un estado de bienestar bien articulado y potente, estado de cosas que ha convertido al Partido Socialista en un mero instrumento de gestión del poder, dejando de lado esa necesaria y bien engrasada estructura partidaria que permitiese lograr que la ciudadanía nos percibiese como un eficiente instrumento de participación política, reflejo a su vez de un deseable pluralismo ideológico, y que tuviese el efecto en la sociedad de generar mecanismos de apertura para poder reflexionar sobre los mejores caminos que en el futuro emprender para el progreso social y económico de nuestro país.

NOTA: La ausencia de una estructura interna democrática en los partidos, es doblemente perjudicial para la izquierda porque sus postulados de cambio social se ven fuertemente afectados por esa escasa circulación de ideas y personas mencionada más arriba. Que no pueda tener lugar dentro de nuestro partido una participación activa de la militancia ocasiona el secamiento del mensaje, el agrietamiento de sus membranas (al ocasionar la impermeabilización de la frontera partido-sociedad), la excesiva profesionalización vitalicia de sus cargos, lo que lleva a desmovilizar e inclinar hacia la abstención a segmentos importantes de la audiencia progresista . [Es significativo que en las dos ocasiones en que el PSOE ha conquistado el Gobierno su mensaje ideológico partidista haya tomado el nombre de “felipismo” o “zapaterismo”, como ocurre ahora, dejando del lado el apelativo de socialismo tal o socialimo cual.] A la derecha, esto le afecta en mucha menor medida, ya que su mensaje fundamental es oponerse al cambio y mantener intacta la estructura social.


NEGRIN