CORUÑESES DE PRO

Dicen sus partidarios que Carlos Negreira es un tipo tranquilo y moderado. Vamos, que en esa derecha de ribetes preconstitucionales que nos gastamos desde la transición y que no acabamos de conseguir homologar a la derecha culta, liberal y civilizada que suele haber en Europa, Carlos Negreira sería de los menos malos. Esa imagen de moderación, probablemente porque es falsa, no cuadra en absoluto con sus afirmaciones sobre la estatua del general Millán Astray, concretamente cuando dice que "Estamos hablado de un monumento a una persona que es un coruñés de pro, de toda la vida. Una persona que creó un cuerpo que todavía está vigente". La razón de que haga esos comentarios la desconozco pero supongo que es porque cree que su electorado va a estar de acuerdo con ellas y las va a valorar o porque cree de verdad en lo que dice o por ambas cosas.
Por eso hay que explicarle a Don Carlos Negreira que Millán Astray, lejos de ser un coruñés de pro, fue un verdadero energúmeno que se hizo volar varias partes de su anatomía y que estuvo en un tris de volárselas también a Don Miguel de Unamuno, bilbaíno de pro, acontecimiento que fue impedido, supongo que por simple sentido del márketing, por Doña Carmen Polo (“la collares”), cuando se montó el tomate en la universidad de Salamanca, muera la inteligencia, viva la muerte, venceréis pero no convenceréis, etc, etc. Aparte de eso, Millán Astray fue un apologista del glorioso movimiento nacional de liberación y de la figura del propio caudillo y Unamuno, después de su hazaña y viendo el panorama, ya no salió de su casa y se murió poco después.

El hecho de que fundara un cuerpo como la Legión, “todavía vigente”, no es óbice para que fuera un auténtico animal de bellota indigno de merecer el homenaje de tener una estatua en ninguna calle de un país democrático. Ciertamente, precisamente por lo chiflado que estaba, Millán Astray puede ser considerado un personaje histórico interesante y digno de estudio. Pero eso no justifica que tenga una estatua, algo que por definición, solamente merecen aquellos a los que se quiera ensalzar. La cuestión es la siguiente: ¿merece Millán Astray ser ensalzado con una estatua en La Coruña?. Carlos Negreira piensa que sí. Cualquier centrista de su partido pensará que no.

Por mi parte siempre he opinado (y no soy el único) que esa estatua da lugar a una gran confusión porque se diría que Millán Astray, a quien el escultor supongo que pretendía mostrar arengando a los legionarios, está practicando un acto de onanismo (lo que antes se decía “tocarse”). De hecho, esta visión autoerótica del general cuadraría con el dato, no histórico pero oficioso, de que su esposa Elvira, en la noche de bodas, le confesara al general que había hecho voto de castidad ( parece que no se lo dijo antes por timidez ). Estoy seguro de que Don Carlos Negreira, aspirante a coruñés de pro, no pretenderá incitar a la juventud a la realización de prácticas masturbatorias, mal vistas por la Iglesia Católica y que, según dicen algunos en su partido, provocan ceguera y otras dolencias.

Finalmente, habrá entre la sufrida ciudadanía quien considere que en este momento de crisis profunda hay otras prioridades presupuestarias y políticas antes que retirar estatuas particularmente pesadas como aparenta ser la del energúmeno, cosa en la que estoy totalmente de acuerdo y por eso tengo que decir que a cien metros de la plaza en la que se erige la estatua, concretamente en la antigua Plaza de la Leña, fue ajusticiado un héroe de la guerra de la independencia, el mariscal Juan Díaz Porlier, que creo que, aunque tiene calle, no tiene estatua y que, a pesar de haber nacido en Cartagena de Indias, podemos decir que se hizo, muy a su pesar, coruñés de adopción desde su estancia en el Castillo de San Antón y posterior ahorcamiento como sublevado a favor del liberalismo. Con una pequeña modificación de la parte superior de la estatua (y de la mano con la que hace el “ademán”, para evitar confusiones), podríamos dedicársela a Porlier, personaje mucho más romántico y asimilable por nuestas convicciones democráticas, sin duda compartidas por Carlos Negreira.

Pablo Arangüena