Peter Eisenman es un arquitecto prestigioso. Aunque se le critica por tener, como gurú del deconstructivismo arquitectónico, más bagaje teórico que obra física realizada, ha recibido premios a tutiplén y se permite decir cosas tan enigmáticas y perturbadoras como esta: “creo que la deconstrucción se enfrenta a un gran problema, que es su negativa a tener en cuenta la realidad física de la presencia”….Sin duda, cuando Eisenman aterrizó en Galicia y se enfrentó a un coloso de la cultura como Pérez Varela, que le decía que había que hacer algo muy grande, que lo de menos eran los costes, debió creerse que estaba en medio de un sueño deconstructivista y probablemente pensó: pongámonos a deconstruir este monte al lado de la autopista y ya veremos lo que sale de ahí. En mi opinión, y si había que deconstruir algo, podríamos habernos limitado a deconstruir una tortilla, como hizo exitosamente Ferrán Adriá, pero el caso es que desde entonces estamos ahí y seguimos deconstruyendo sin parar mientras sube una factura estratosférica que acabarán de pagar nuestros tataranietos.
Traigo esto a cuento porque vista la forma de hacer las cosas que tiene el gobierno de Núñez Feijoo, parece que la fiebre deconstructivista se ha extendido del Monte Gaiás a otros ámbitos: la normalización lingüística, el concurso eólico, la moratoria en materia de concesiones hidroeléctricas, la ordenación urbanística supramunicipal…. La nueva política popular consiste en replantearse todo aquello sobre lo que había cierto consenso en un lugar, Galicia, que nunca se ha caracterizado por llegar a consensos fáciles excepto en materia gastronómica.
Lo que subyace en todo este empeño es la deconstrucción de una idea de Galicia autoconsciente, la que permitió empezar a entrever el gobierno de Emilio Pérez Touriño: un gobierno que tuvo la voluntad y la visión estratégica de intentar la ordenación del urbanismo ralentizando la desfeita que se empezaba a perpetrar en toda la costa gallega y pinchando la burbuja inmobiliaria antes de que creciera, que intentó poner los recursos que generará la segunda oleada de concesiones eólicas al servicio de un territorio que se ha comido los inconvenientes de tener molinos eólicos y embalses mientras veía cómo empresas con domicilio en Madrid, o en Valencia, se llevaban los jugosos beneficios fuera de Galicia. Un intento político, todo lo deslavazado o fragmentario que se quiera, de que Galicia dejara de ser un territorio dependiente y mediatizado para pasar a pensar en clave propia.
El otro día, mientras comía, puse la radio y pude escuchar cómo el Dr. Pérez León, en el programa La salud natural de Radiovoz, le recetaba a una señora que padecía abundantes dolencias (creo que era de La Coruña, como casi todos los pacientes-oyentes que llaman a ese programa copilotado por Carlos Pumares) la ingestión de un preparado a base de hierbas sometidas a un proceso de “impregnación cuántica” que, al parecer, gracias a esa impregnación, tiene un “efecto poderosísimo” sobre un montón de enfermedades.
Aunque el Dr. Pérez León me recuerda bastante al profesor Bacterio, se me ocurre que tal vez esas hierbas impregnadas cuánticamente podrían servirnos, como las que administraba el druida Panoramix a la amenazada pero siempre irreductible aldea gala, para superar este momento de impasse político deconstructivista y volver ( o empezar, según se mire) a eso que nuestros mayores llamaban FACER PAÍS. Una vana esperanza, se podrá decir, pero una esperanza al fin y al cabo en estos tiempos que corren.
Pablo Arangüena
Traigo esto a cuento porque vista la forma de hacer las cosas que tiene el gobierno de Núñez Feijoo, parece que la fiebre deconstructivista se ha extendido del Monte Gaiás a otros ámbitos: la normalización lingüística, el concurso eólico, la moratoria en materia de concesiones hidroeléctricas, la ordenación urbanística supramunicipal…. La nueva política popular consiste en replantearse todo aquello sobre lo que había cierto consenso en un lugar, Galicia, que nunca se ha caracterizado por llegar a consensos fáciles excepto en materia gastronómica.
Lo que subyace en todo este empeño es la deconstrucción de una idea de Galicia autoconsciente, la que permitió empezar a entrever el gobierno de Emilio Pérez Touriño: un gobierno que tuvo la voluntad y la visión estratégica de intentar la ordenación del urbanismo ralentizando la desfeita que se empezaba a perpetrar en toda la costa gallega y pinchando la burbuja inmobiliaria antes de que creciera, que intentó poner los recursos que generará la segunda oleada de concesiones eólicas al servicio de un territorio que se ha comido los inconvenientes de tener molinos eólicos y embalses mientras veía cómo empresas con domicilio en Madrid, o en Valencia, se llevaban los jugosos beneficios fuera de Galicia. Un intento político, todo lo deslavazado o fragmentario que se quiera, de que Galicia dejara de ser un territorio dependiente y mediatizado para pasar a pensar en clave propia.
El otro día, mientras comía, puse la radio y pude escuchar cómo el Dr. Pérez León, en el programa La salud natural de Radiovoz, le recetaba a una señora que padecía abundantes dolencias (creo que era de La Coruña, como casi todos los pacientes-oyentes que llaman a ese programa copilotado por Carlos Pumares) la ingestión de un preparado a base de hierbas sometidas a un proceso de “impregnación cuántica” que, al parecer, gracias a esa impregnación, tiene un “efecto poderosísimo” sobre un montón de enfermedades.
Aunque el Dr. Pérez León me recuerda bastante al profesor Bacterio, se me ocurre que tal vez esas hierbas impregnadas cuánticamente podrían servirnos, como las que administraba el druida Panoramix a la amenazada pero siempre irreductible aldea gala, para superar este momento de impasse político deconstructivista y volver ( o empezar, según se mire) a eso que nuestros mayores llamaban FACER PAÍS. Una vana esperanza, se podrá decir, pero una esperanza al fin y al cabo en estos tiempos que corren.
Pablo Arangüena