ZP Y EL PRINCIPIO DE REALIDAD EN LA POLÍTICA

Recuerdo con bastante nitidez las emociones positivas que me generó la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero en aquel lejano treinta y tantos Congreso del PSOE frente a lo que yo consideraba (y considero) un inquietante populismo encarnado por José Bono; en primer lugar, la sensación de que alguien nuevo y desconocido se imponía sorpresivamente en un partido con vocación de poder que, por sus propias dinámicas, no propende al sobresalto; en segundo lugar la impresión de que ese alguien, desde una perspectiva novedosa, podía, tal vez, encarnar los ideales de la izquierda posible frente a una derecha confiada y crecida que infiltraba cada vez más su discurso en la sociedad; en tercer lugar y corolario las dos anteriores, el renacimiento de la esperanza política en una sociedad mayoritariamente monitorizada por el rancio involucionismo encarnado por un viscoso José María Aznar.

Recuerdo también la experiencia de una cierta euforia cuando ZP llegó al poder inesperadamente después de aquel trágico e intenso 11M. Parecía que una nueva era política podía dar pie a transformaciones reales en la sociedad española. Había optimismo, había energía y hasta parecía que podía abrirse paso un nuevo estilo, nuevas formas en una sociedad en la que, setenta años después de Azaña, seguíamos embistiéndonos en lugar de razonar.

Han pasado casi dos legislaturas (una era geológica en política, apta para darle completamente la vuelta a un país) y, siendo justos, no queda más que reconocer que se ha impuesto lo que Freud llamaba principio de realidad frente a lo que calificaba como principio de deseo, esto es, las esperanzas y anhelos se han medido con las posibilidades reales de un país, de un partido y de un dirigente y han salido francamente derrotadas, algo que recuerda, en cierto sentido, a lo que dejó escrito Cervantes: “vinieron los moros y nos molieron a palos, que Dios no ayuda a los buenos si son menos que los malos”. Aquellas ilusiones se han transformado progresivamente en la sensación de falta de contenido, improvisación, ausencia de diagnóstico y, en suma, pérdida de impulso y claudicación ante lo aparentemente ignoto (los mercados, la evolución de la prima de riesgo, el agujero negro del sistema bancario español, la realidad de la economía real, el sistema…) o inconmensurable ( la crisis o, más bien, en el caso español, las crisis) para dar pie a una estrategia de mera supervivencia o, incluso, de elaboración de una justificación preventiva por parte de quienes tienen que preocuparse por el juicio de la historia.

Por supuesto, como no podía ser de otra forma, todo ello está relacionado directamente con el hecho de que, triste pero impepinablemente, la socialdemocracia, que aspira (nada menos¡¡¡) a la transformación igualitaria de la infraestructura social requiere para lograr sus objetivos, siquiera parcialmente, de la acumulación sostenida de caudales de inteligencia política que exceden de una cierta afabilidad o telegenia o brillo de la mirada o manejo de los tiempos y, desde luego, van mucho más allá de la mera conquista del Boletín Oficial del Estado. Ella ( la socialdemocracia, que tiene nombre de mujer ) es alérgica al voluntarismo y a la pereza intelectual y a las simplificaciones y reclama tener un PROYECTO ALTERNATIVO (diagnóstico acertado, principios sólidos, plan estratégico, ideólogos, ingenieros y todo tipo de avituallamiento para el largo camino) a diferencia del conservadurismo que a lo único que aspira es al fácil y simple mecanismo del mercado (oligopólico) y a que todo siga siendo como siempre fue y será, los pobres y sus hijos pobres y los ricos y sus hijos más ricos, por los siglos de los siglos, amén.

Así, desde un análisis marxista, en mi opinión plenamente vigente, parece claro que ZP renunció desde el principio a la transformación de la infraestructura económica y se centró en el terreno, políticamente mucho más fácil y agradecido, de los valores, de lo intangible, de los conceptos jurídicos indeterminados. El coste de oportunidad de esa alternativa ( yo lo llamaría el coste de la inacción) está por cuantificar. Finalmente, ZP tiene garantizada, con absoluta independencia del resto de sus logros, una abultada pensión que le va a durar el resto de sus días y hasta la simpatía de muchos españoles, así que creo oportuno dejar de preocuparnos por sus delicados sentimientos y tratar de pasar a reavivar, si somos capaces, aquella ilusión que una vez fue capaz de representar.

Pablo Arangüena

Nota aclaratoria: si alguien no entiende del todo lo que quiero decir, mejor. Si sí, considérese que no soy en absoluto ajeno (por sufrirlo en carnes que me son muy próximas y/o queridas) al intenso drama de generaciones cuyas expectativas son y serán defraudadas de forma duradera por nuestros tremendos errores y falta de inteligencia como sociedad.