GENEROSIDAD

Yo es que aquí no vengo a hablar de mi libro ni de mis fobias y filias íntimas e intransferibles, ni a soltar un speech ideológico muy grandilocuente sobre mis principios y valores inquebrantables(mi amigo Pablo siempre me dice que lo mío solamente son manías) o a arengar sobre la pureza sin mácula de mi hígado aséptico y renovador.
Y mucho menos vengo a hablar a estas alturas de la película- que ya nos conocemos un poco todos y sabemos de qué va el asunto y quién es quién y lo que impulsa el motor de cada uno- de renovadores vírgenes y puros, de oficialistas malvados, de temibles conversos, de plantas trepadoras que suben siempre por donde sale un hilillo de luz...

Yo ya he aprendido hace mucho tiempo que todos, santos y herejes, ortodoxos y heterodoxos, puros e impuros, nos acabaremos revolcando, tarde o temprano, en el lodo del pecado original, porque la naturaleza humana está hecha de recovecos, contradicciones y anfractuosidades que se iluminan de forma diferente dependiendo de la hora del día y de nuestras metas, fines e intereses más convenientes y menos publicitados, más prosaicos.

Por eso, y más ahora que nunca, el debate sobre si yo soy más renovador que tú o tú eres más crítico y menos oficialista que yo ya me conduce al hartazgo y al hastío melancólico desde hace tiempo. Un bucle nada constructivo. Me parece de una puerilidad casi de parvulario entre personas adultas y medianamente formadas.
Casi prefiero ver un capítulo soporífero de esos del CSI en los que se resuelven todos los crímenes de la misma aburrida manera. Una cosa industrial y sin gracia e imaginación.

Seguro que algunos, como yo, también os habéis cansado hace tiempo de pasear por ese limbo donde yacen moribundas y desgastadas las palabras y conceptos que ya no dicen nada de tanto usarlas indiscriminadamente; probablemente hayáis caminado al atardecer por las alamedas de los lugares comunes y recurrentes, de los cajones de sastre desvirtuados, recorriendo en solitario los cementerios donde dormitan los renovadores agazapados tras la maleza para ejercer como oficialistas cuando les llegue el turno y, un poco más adelante, observar entretenidos a esos oficialistas que en el fondo nunca lo fueron tanto.
Me he aburrido de todos ellos y ellos seguramente también de mí.
Ha llegado un punto en que la etiqueta “oficialista y/o renovador” ya no me dice absolutamente nada. Son simplemente dos analogías que terminarán(como ya hemos comprobado in situ estos días)convergiendo en el espacio-tiempo, como una sencilla intersección de conjuntos que contiene una gran parte de elementos comunes y de intereses coincidentes.

Por eso, ahora, más allá de los debates pueriles y estériles, enconados y sin visos de ser resueltos, me ronda desde hace unas semanas una hermosa palabra por la cabeza. Un concepto que- aparte de sus aspectos vibracionales benéficos para el espíritu y la mente- nos puede servir a efectos de grupo para desanudar el enredo, para liberar al buey del yugo, para no convertirnos en permanente estatua de sal y poder así soltar lastre, mirar hacia el futuro, liberándonos de tanta carga y enfrentamiento agotador y mutilante.
Estoy hablando de... Generosidad.
Estoy hablando de inclinación o propensión del ánimo a anteponer el decoro a la utilidad y al interés.
Estoy hablando de valor y esfuerzo en las empresas arduas.
Me estoy refiriendo al hábito de continuar para adelante tratando de entender a los demás, de posibilitar el máximo encuentro, la confluencia e inclusividad, enterrando las viejas pullas y las antiguas cicatrices al margen del camino.
Estoy hablando de ser eficientes, productivos, de volver recuperar la confianza en nosotros mismos, de una forma de regresar a un KM 0 y comenzar de nuevo, tratando de esforzarse por superar los desencuentros y prejuicios contra el de al lado.

Esto es política orgánica y el discurso de la generosidad parece que no encaja dentro de los juegos de poder alrededor de la expansión y colonización de la estructura, de las estrategias llevadas a cabo con nocturnidad y alevosía, de los tacticismos y pactos en aras de nuestros propios intereses para poder continuar pegados a la poltrona, como senadores o secretarios de algo, otros cuatro años más.
Es cierto. A muchos y muchas esto le sonará a chino mandarín, lo sé perfectamente, como lo sabéis vosotros, pero también sé que es un error garrafal no guarecerse un poco más bajo la bandera de la generosidad, no practicar esta virtud cardinal dando ejemplo de ello. La vieja cultura política interna de los partidos hace aguas por todos los lados. Se está agotando una forma de hacer política que rechina por todos los lados mientras emerge una nueva cultura democrática, que es lo están demandando tanto militantes como ciudadanos desde todos sus canales de participación. Las personas que sepan ver esto a tiempo, serán las elegidas para encabezar la reforma de la política en los nuevos tiempos que ya se están aproximando.

La generosidad es una virtud cardinal en nuestra vida personal, nos ayuda a crecer, a ponernos en la piel del otro y a ser mejores. Y, para nosotros, compañeros y compañeras socialistas coruñeses, más allá del debate estéril hoy en día entre renovadores y oficialistas, es además una necesidad. Una obligación.
Si no queremos convertirnos para los restos en estatuas de sal, si lo queremos es crecer y construir algo nuevo, la generosidad es el peaje que todos tenemos que estar dispuestos a pagar, tarde o temprano.


Saludos de Jim.