Ya sé que más bien sería metonimia de Galicia pero tal vez sea afinar demasiado, así que lo he dejado en metáfora. El caso es que ocurre que en Orense Baltar II (también llamado Baltarín y O Nene) ha sucedido a su padre, Baltar I, en la Jefatura Provincial del Movimiento (también llamado PP) y, como buena parte de mi ascendencia procede de Orense, donde aún conservo familia materna, y tuve la fortuna de vivir y trabajar durante años en esa ciudad y patearme la provincia y sus lugares, que francamente me encantan, creo que estoy, por experiencia y genética, capacitado para opinar de un tema que, por otro lado, nos compete a todos como gallegos universales y comedores de patacas.
Baltar I, dicen que de profesión maestro, empezó en 1976, en plena e incierta transición, como alcalde de Nogueira de Ramuín, concello de la Ribeira Sacra, y pasó por las filas de UCD, Centristas de Orense y Centristas de Galicia, donde ejerció como escudero de Victorino Núñez ( que se suponía que era el listo-guapo y acabó traicionado por el astuto-feo) hasta encontrar su ubicación natural en AP y más adelante en el PP, partido más allá de las ideologías o postidelógico y, por tanto, punto de encuentro de aquellos que han dado muchos tumbos en política.
El estilo político baltariano cuadra a la perfección con el más que enxebre xeito galaico, el caciquismo, que consiste en la intermediación personal y directa realizada por el cacique entre el elector y los poderes públicos, tradicionalmente ubicados en Madrid ( y en los últimos 25 años, también en Santiago y en Bruselas) y, por tanto, casi inalcanzables, para conseguir ventajas materiales como, por ejemplo, una carretera de tres carriles hasta un núcleo de cinco casas y tres habitantes en lo alto de un monte, una subvención para montar un negocio subvencionado consistente en la obtención de una subvención, un empleo (público) para el chaval y su primo o un paseo fluvial por la orilla de algún río severamente contaminado debido a la ausencia de depuración en el pueblo. También consigue el cacique ventajas espirituales para sus electores: fondos para traer a la orquesta Panorama en las fiestas de verano, una subvención para montar una orquesta de gaiteiros con centro social, excursiones guiadas y gratuitas a la TVG para participar en programas de relumbrón como Luar o el extinto Supermartes de Superpiñeiro (antes de que Superpiñeiro, también orensano de pro, se pasara al enemigo) o una feria internacional de exaltación de la androlla.
El neocaciquismo incluye una gran ventaja frente al caciquismo decimonónico, facilitada por el notable adelanto técnico que supone frente al carruaje, de tracción animal, la invención del automóvil - coche oficial, que permite, quemando neumáticos y gasolina, recorrer toda la provincia de cabo a rabo y mantener el contacto personal y casi inmediato con los electores, algo así como el don de la ubicuidad, de forma que allí donde se olfateaba un problema o una potencial desafección, aparecía Baltar con la chequera y todo acababa en una merendola improvisada en la que, si el patrón estaba contento, podía incluso acabar tocando el trombón, instrumento para cuyo uso cuentan que está bien dotado.
Baltar hizo migas y formó piña con otros perfiles similares como eran Cuíña Crespo y Cacharro Pardo ( si en Lugo pedías un Cacharro Pardo y el camarero no te agredía físicamente, lo más probable era que te sirviese un ron Cacique con Coca Cola) y cultivó con esmero su parcela de poder, haciéndose con el control permanente y absoluto de una institución que parece hecha de encargo para sus fines, la Diputación Provincial, cuya principal función (única, dicen las malas lenguas) consiste en repartir dinero y, por tanto, es el paraíso para cualquier neocacique. De hecho, en el caso de Cacharro, su versión particular del paraíso se escoraba hacia la religión musulmana porque incluía múltiples huríes (en forma de secretarias de la Diputación). Y así, desde las Diputaciones y el control del partido en sus respectivas provincias, Cacharro, Baltar y Cuíña llegaron a echarle auténticos pulsos a Fraga y/o a Aznar o Rajoy cuando se consideraba conveniente, pulsos que solían acabar con los del birrete agachando la oreja.
Por tanto llevamos 40 años con Baltar trabajando día y noche por Orense y por Galicia y ahora nos encontramos con que Baltarín sucede a Baltar. Seguiremos hablando de cosas baltarianas en la parte II dentro de unos días.
Pablo Arangüena